07 julio 2008

NADIE SALVÓ A LOS SOPRANO

(OJO! ESTA ENTRADA CONTIENE SPOILERS SOBRE EL FINAL DE LA SERIE)



Antes o después tenía que llegar el día; y no me refiero únicamente al final drámatico de la serie, sino al hecho real de que todo tiene un fín y David Chase, el genio creador de la mejor serie televisiva de todos los tiempos sabía que era el momento de cerrar el ciclo de la familia Soprano. En su mejor momento, cuando alcanzaba las más altas cotas de éxito y perfección, así se crean los mitos y las leyendas. Y los Soprano son, sin duda un hito en la historia de la televisión, su mayor obra maestra.

Hace ya 8 años David Chase se atrevió a crear una serie de televisión que revolucionaría el formato de lo que hasta entonces se venía haciendo: una realización totalmente cinematográfica, una complejidad hasta entonces nunca vista en una serie de televisión, una historia que adquiría su sentido no episodio a episodio sino temporada a temporada, donde las historias y personajes crecían con el paso de los años. Era una obra compleja porque partía de una base a priori fácil: una familia de gangsters italoamericanos retratados en la difusa línea que hay entre el realismo y los códigos míticos del cine de la mafia italoamericana, heredada de la generación de Coppola o Scorsese. Sin embargo, sin dejar atrás este punto de partida, supo crear algo yendo más allá de esta obviedad, logrando convertir la serie en una referencia propia dentro del género y con su propio lenguaje. Baste poner como ejemplo el desarrollo de su protagonista, Tony Soprano, para entender esa honestidad y complejidad a la hora de hablar del tono general de la serie: cuando mayor parece la empatía que el espectador siente hacie él y cuando más evidente se hace su mitificación siempre se produce una ruptura total en esta línea, llegando a producir incluso repulsa en el espectador hacia el personaje y/o sus actos. Ya lo deja claro el propio personaje en una sorprendente secuencia en la que tras ser cuestionado por las motivaciones que ha tenido para haber destruido a una persona éste sólo puede responderle con la mas cruda realidad posible: "Porque es mi naturaleza".


Atrás quedan ya secuencias míticas que se sumarán por siempre a aquellas otras de películas como El Padrino, Uno de los nuestros, Casino, Muerte entre las flores y otras. En las dos últimas temporadas ya se adivinaba el lado oscuro y derrotista por el que derivaban sus personajes inevitablemente condenados a la decadencia. La última de ellas, directamente creada para mostrarnos esa catarsis final de destino fatal, es una obra maestra indiscutible. Antes o después el mundo deshnoesto, violento y tramposo de Tony Soprano tiene que volverse contra él, y esta sensación crece con el paso de las temporadas hasta que inevitablemente, al final del todo, Tony tiene que hacer frente al destino que ha ido forjando a lo largo de los años. De esta idea surge una de las secuencias que más me han impresionado de la serie, aquella que sin duda homenajeaba a El Padrino II, con un Michael Corleonne aislado y melancólico ante el desmorone emocional de su familia, por las decisiones que como cabeza de la misma no ha tenido otra opción que tomar para hacerla sobrevivir. Hablo de la secuencia en la que como el mejor Al Pacino encontramos a Tony Soprano sentado en la casa de su hermana, frente al lago y rodeado de un desnudo bosque invernal, meditando en silencio sobre a dónde le ha llevado el destino de sus acciones y, donde por vez primera, se cuestiona sobre cómo debe de ser el fín de todo, presintiendo la cercanía del desenlace de todo.


Cada último capítulo de la última temporada contiene la desaparición o destrucción (unas veces literal y otras veces metafórica) de alguno de los personajes vitales de la serie. Cada episodio nos empuja cada vez más al final de todo, al desenlace inevitable que los personajes han ido labrando durante su existencia; lo hace además de una manera irremediablemente dramática, como son las decisiones que durante todos esos años los personajes han tenido que tomar y acorde con el mundo que han creado para vivir.

Al final no quedará nada. Ni enemigos, ni amigos. Y la única duda que queda es la de si el centro de todo, Tony Soprano, logrará sobrevivir una vez más al negro destino que parece imposible burlar. No recuerdo escena final más emotiva que ésta en televisión y, desde luego, pasa a ser ya una de mis favoritas cinematográficas. Está claro que 8 años siguiendo apasionadamente el devenir de los personajes hacen que todo momento dramático final adopte una dimensión mucho mayor. No voy a narrar la secuencia final, no tiene sentido, pero si voy a decir que el final (muy polémico por cierto en USA durante su emisión) supera en maestría, más si cabe, al resto de la serie y demuestra la valentía de David Chase para huir de la fórmula fácil y buscar formas narrativas más complejas.

Muchos han terminado la serie sin saber qué es lo que realmente pasa en esa secuencia final. Aún hay varios foros en la red donde se debate, más emocionalmente que racionalmente, qué es lo que realmente pasa o deja de pasar al final. La clave para entenderlo pasa por haber aprendido durante estos 8 años el lenguaje propio de la serie. A mí me costó ver 3 veces seguidas la secuencia final para llegar a ese momento en que lo pude por fín entender. Y os aseguro que fue entonces cuando se me puso un nudo en la garganta y me rendí ante tamaña obra maestra absoluta. La clave, repito, es entender el lenguaje propio de la serie y asumir (nuestro mayor lastre) que todo ha llegado ya a su fín. El final del mundo de Tony Soprano es también la muerte de él mismo y, como he dicho, cada episodio de la úlima temporada supone la progresiva desaparición del mundo de éste. Y por eso, Tony Soprano muere al final de la serie. Y estoy dispuesto a demostrárselo a quien quiera.

Lo que no estoy dispuesto, aún, es a aceptar que jamás habrá una nueva (y ya imposible) nueva temporada de la mejor serie de todos los tiempos. Y revisarme mil veces las 7 temporadas me parece insuficiente a todas luces. Me quedo, por lo menos, con el sabor agridulce que deja esa mimsa secuencia en la que Tony, por lo menos, descubre que hay algo de bueno en el legado que ha dejado a su hijo. Y todo mientras suena a todo trapo "Don't stop believing" de Journey. Sin duda el mejor epitafio de un padre para su hijo.