Hasta el otro día que caí en la sala donde están expuestas sus pinturas negras.
La sala es la más oscura y tenue de todo el museo. La intensidad de luz es mucho más baja para acompañar la temática y singular expresividad de esta serie de cuadros. Si los rincones de la sala ya de por sí se pintan oscuros y silenciosos imaginaos los cuadros expuestos, cuyos tonos no salen de la gama de ocres y negros; la sensación que uno tiene es la de adentrarse en un pequeño rincón oscuro de la mente del genial pintor de Fuendetodos. Para ser exactos el rincón donde guardaba su visión más tenebrosa y pesimista del mundo que le rodeaba: el rincón donde Goya guardaba los horrores de este mundo. La sala estaba completamente en silencio, pero si las pinturas hablaran, en esa sala sólo se oirían gritos y dolor.
Son muchas las teorías y misterios acerca del por qué de estos singulares cuadros de Goya. Mi ignorancia sobre este tema es tal que me impide hacer una valoración acertada sobre el asunto en cuestión, pero si me preguntaran mi punto de vista pienso que lo que hizo Goya fue sacar a flote los miedos y horrores del hombre, los monstruos que esconde. Así, si uno se fija, Goya dedica varios de sus cuadros a aquelarres de monstruosas y desfiguradas brujas que se apilan como oscuros rebaños de bestias; exactamente de la misma manera que representa la “Romería de San Isidro”. Es evidente que bajo esta monstruosa visión del mundo, para Goya la sociedad de la época que le tocó vivir (rodeada de guerras, no lo olvidemos) no difería en nada de esos conciliábulos de brujas y bestias. Los males del mundo están en los hombres, nos dice Goya, y cuando se juntan en sociedades, éstas son enfermas y monstruosas formas de aquelarres. En ellas las caras se apilan grotescas, expresivas hasta la locura, llenas de miedo. Si este cuadro pudiera escucharse emitiría risas grotescas, susurros demoníacos, súplicas de miedo…
Otro reconocido cuadro famoso de Goya representa a dos individuos golpeándose el uno al otro literalmente a palos en medio de un oscuro paisaje. Los hombres para Goya sólo esconden una naturaleza destructora, capaz de agredir al prójimo en un sinsentido y sinrazón. Con los pies hundidos en el fango no pueden evitar la imposibilidad de liberarse de la situación y sobrevivir. Su naturaleza les impide ayudarse, al contrario, ésta les empuja a una violenta agresión mutua que lejos de salvarles les condenará irremediablemente a la muerte. Goya nos dice algo que unos años después alguien expresaría: que el hombre es un lobo para el hombre.
Hay muchos cuadros de esta serie negra de horrores que representan muchas de estas ideas. Uno de ellos, el más misterioso quizás y singular es tal vez uno de mis favoritos. En él vemos a un perro en una mínima parte del cuadro; apenas es una mancha en medio de un indefinido cuadro que no representa nada más que un desdibujado fondo de color oscuro. La mirada del perro expresa temor, miedo, incertidumbre. No se ve claramente, pero transmite la sensación de que el perro siente miedo ante una inminente muerte, está también semihundido en una masa uniforme y mira temeroso a ese incierto fondo del cuadro que representa la incertidumbre del destino, la muerte siempre presente y su temor ante la que un pobre perro nada tiene que hacer. Goya expresó el miedo ante el devenir del tiempo, siempre incierto en lo que nos trae, y su inevitable muerte. Si pudiéramos escuchar ese cuadro oiríamos aullar a un perro entre sollozos contra el ulular del viento...
Pero de entre todos los cuadros hay uno que me dejó con la boca abierta durante varios minutos a pesar de haberlo visto millones de veces en libros o de pasada en ocasiones anteriores en el mismo lugar donde estaba colgado: Saturno devorando a su hijo.
De una manera estrictamente académica y teórica es una alegoría del tiempo. Representa los miedos de Saturno ante el empuje de la juventud de su descendencia que antes o después lo trasladará a la reserva del olvido y por lo tanto de la muerte. Y ante este terrible miedo que le lleva a sufrir hasta la agonía devora a su hijo acabando con él. Sin embargo, Goya lleva este tema a su terreno y lo hace secundario para tratar de resaltar una vez más la horrible naturaleza del hombre que esconde tras sus miedos.
Cuando uno mire este cuadro debe de centrarse en sus ojos. En el centro de la escena está el cuerpo del niño mutilado. Sin embargo Goya pinta un cuerpo de niño rígido, poco realista, poco creible y hasta desproporcionado; uno no encuentra sensación de que éste pudiera ser realmente los restos de un ser humano. Goya no quiere mostrarnos el horror de un cuerpo mutilado a mordiscos porque Goya no pintó el horror del hijo devorado por su padre. Goya pintó el horror del padre que dominado por el miedo devora a su propio hijo. No hay más horror en ese cuadro que el de Saturno.
Mirad sus ojos. Representan el miedo, el horror ante uno mismo. Expresan la locura de verse superado por los “fantasmas” personales que le empujan a uno a realizar actos tan terrible como devorar al propio hijo, a su propia carne. No hay más horror en ese cuadro que el de Saturno descubriéndose como un fraticida caníbal esclavo de su naturaleza y miedo, los cuales no logra dominar. Son de nuevo los miedos del hombre representados como monstruos. Si este cuadro se pudiera escuchar se oiría un gemido agónico de terror que escaparía del fondo de la garganta de Saturno mientras traga la carne de su hijo. Mirad sus ojos.
Las pinturas negras de Goya hablan de la mísera naturaleza humana esclava de sus miedos y de los horrores que ésta produce. Supongo que tuvo mucho que ver la época convulsa que le tocó vivir. Creo que es esto lo que a Goya llevó a pintar una romería como un aquelarre de bestias, a un pobre perro cualquiera como el presentimiento de la incierta muerte o a los ojos de Saturno como el horror del hombre ante su propia naturaleza, cuyo motor es el miedo, que le supera.
No dejéis de visitar sus pinturas negras si queréis sentir como se os remueve por dentro hasta las entrañas.